El proceso para la renovación de la dirigencia del Partido Acción Nacional, finalmente concluyó el pasado domingo 18, sin novedad ni sorpresas. Recordemos que Gustavo Madero, ahora flamante presidente reelecto, sacó ventaja y colmillo de su privilegiada posición, al frente de la dirigencia de su partido, realizando los ajustes necesarios para contar con un proceso a modo que le facilitara su proyecto para permanecer en el cargo. Y, por lo visto, no se equivocó.
Una rápida revisión de lo ocurrido en los últimos doce meses, permitiría apreciar cómo fue armando Gustavo Madero su reelección, a costa de fallas del equipo de Cordero, que demostró poca malicia y falta de previsión. En primer lugar, Madero se lanzó a hacer una profunda depuración del padrón de militantes de su partido, lo que le costó no pocas críticas al llegar a la conclusión de que en la realidad, el número de militantes registrados era muy menor al publicado en los tiempos de campaña electoral. El entonces líder de ese partido, aguantó la avalancha que se le vino encima al reconocer una cantidad de poco más de 388 mil miembros, entre activos (216,685) y adherentes (171,490), contra el casi millón 800 mil, que habían presumido sus antecesores.
Posteriormente, promovió, a trasmano para que apareciera como una demanda de las bases, la modificación de los estatutos del PAN, para que la elección de su próximo presidente se abriera a la militancia, entre otros cambios. Lejos estaban sus contrincantes de imaginar la jugada que se estaba fraguando con esta reforma, porque con el noble propósito de democratizar el proceso de elección interna, Madero apostaba a su popularidad ante un reducido y manejable padrón.
Circunstancias políticas externas, como el retraso en la aprobación de la reforma constitucional en materia electoral, también ayudarían a la estrategia reeleccionista de Madero, al prácticamente obligarlo a prolongar su mandato al frente del CEN, más allá de su período legal. Tema para la cual también habrían contribuido, aunque de manera involuntaria, los seguidores de Ernesto Cordero.
En efecto, en marzo del año pasado, grupos identificados con el ex secretario de Hacienda, rompieron el quorum de la 17 Asamblea Nacional de su partido, obligando a la suspensión de los trabajos, que sólo pudieron reanudarse hasta cinco meses después. En noviembre del mismo año, estos mismos simpatizantes, boicotearían la sesión extraordinaria del Consejo Nacional, para evitar acuerdos que, finalmente, habrían de adoptarse, sólo que dos meses después. Estas interrupciones, le permitieron a Madero extender su mandato, poco más de cinco meses, con lo que contó con más tiempo para continuar haciendo campaña por todo el país, disfrazándola con los trabajos propios de su cargo, todavía como presidente del PAN.
Entre reformas estatutarias, padrón ajustado y tiempo extra al frente del blanquiazul, Madero logró evitar la tradicional elección de notables, en la que, la influencia de distinguidos panistas, ya de por sí divididos, ponía en riesgo su proyecto personal. Recordemos que por esos tiempos se mencionaban dos corrientes de aspirantes. Por una parte, la de Josefina Vázquez Mota, Ernesto Cordero y algunos otros suspirantes, cada uno por su cuenta o en posibles alianzas. Y por la otra, inevitablemente surgía su nombre, que, a pesar de no reconocer su aspiración reeleccionista, resultaba ser el candidato natural.
Al abrirse la elección a una lista nominal de 217 mil 593 militantes, en lugar de un padrón de casi 2 millones, el proceso resultaba más controlable. Y, desde luego, una mejor opción que tratar comprometer el voto de 400 notables, tarea considerablemente más complicada y difícil.
Los candidatos llegaron a la elección con una ligera ventaja de Gustavo Madero, que se mantuvo a lo largo de casi todo el proceso, salvo dos o tres semanas antes del día D, tiempo en el que Ernesto Cordero pareció elevar sus posibilidades, ante titubeos de Madero sobre su participación en más debates.
Ahora podemos entender que, más que dudas, la estrategia de Madero fue evitar riesgos innecesarios ante una elección que tenía bien pulsada y con amarres efectivos en estados estratégicos, como quedó demostrado con el resultado final, que le dio la victoria a la fórmula Gustavo Madero-Ricardo Anaya por una diferencia de 14 puntos, suficientes para estar a salvo de cualquier impugnación.
Es de llamar la atención las fallas de algunos destacados maderistas, que no pudieron o no supieron hacer su tarea. Tres de las principales figuras del presidente reelecto, tendrán que pensarlo mucho, antes de plantear sus candidaturas a las gubernaturas de sus estados, si es que esa es su aspiración.
El llamado niño maravilla, compañero de fórmula de Madero, Ricardo Anaya, no resultó el imán de votos esperado en su estado natal, Querétaro. Tampoco el coordinador de los senadores blanquiazules Jorge Luis Preciado, logró atraerle votos suficientes en Colima, de donde es originario este senador y, finalmente, el muy cuestionado coordinador de la diputación panista, el guanajuatense Luis Alberto Villarreal, también decepcionó a su presidente en su entidad. Y es que en estos tres estados, contra lo esperado, Ernesto Cordero salió victorioso.
Por su parte, Madero tendrá que meditar muy bien qué tanto le conviene insistir con los mismos alfiles en el Congreso y, además, quedarse con todas las canicas del partido, en lugar de mostrarse generoso, negociar y repartir. Si bien es cierto que ganó, también lo es que un poco más del 40 por ciento de militantes votó por la otra fórmula. No hay que olvidar que en política es mejor sumar que restar, sobre todo cuando la pretensión es jugar en grandes ligas, y un partido dividido, ya lo hemos visto, sólo asegura fracasos.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.