No cabe duda que, en muchas ocasiones, los ciudadanos tenemos las autoridades que nos merecemos, pero por masoquistas. Cómo explicar que ahora, con motivo de los procesos electorales del próximo 7 de junio, el folclorismo y las negras historias sea lo que más destaca en la curricula de varios de los aspirantes a los cargos de elección popular.
Nada que ver sobre sobre sus trayectorias laborales, su formación profesional, su ideología, sus logros en el servicio público, sus posicionamientos políticos, económicos o sociales. Existe un vacío total sobre lo que debería constituir la base, los argumentos para convencer al electorado sobre la conveniencia de emitir su voto en apoyo a sus candidaturas. En algunos casos, sus cartas de presentación son inmencionables.
Como nunca antes, al menos que yo recuerde, los brincos de un cargo a otro se han convertido en la regla. Diputados en busca de una alcaldía y presidentes municipales ansiosos de incorporarse a la cámara de diputados, federal o local. Hay que dejar lo que ya se tiene y buscar nuevos horizontes, en una clara actitud de desprecio por los puestos y responsabilidades asumidas bajo protesta. De los compromisos adquiridos con sus electores, ni un recuerdo. A mirar hacia adelante y repetir el juego de nuevas promesas de campaña, al fin de cuentas, la memoria popular es corta.
Pero los saltos también ocurren entre los partidos políticos, en los que poco importa la plataforma ideológica del organismo que se deja y mucho menos la del instituto al que se ingresa. Porque aquí lo que interesa es ir escalando posiciones y mantenerse en la nómina del erario público, de tal manera que si el partido al que se pertenece no los promueve, ya habrá otro en su lugar que si lo haga. Y así, el “chapulineo” es multifacético.
Los compromisos deben ser muy fuertes, cuando un partido está dispuesto a avalar, contra viento y marea, candidaturas de personajes, no sólo cuestionables sino, además, con averiguaciones abiertas por conductas poco claras en el desempeño de los cargos que están abandonando. Denuncias por actos de corrupción, extorsiones, moches, enriquecimiento inexplicable, relaciones peligrosas, conductas inapropiadas, etc. Una gran variedad de delitos cuyas denuncias duermen el sueño de los justos en los escritorios de las oficinas investigadoras.
Pero no se crea que los partidos políticos son suicidas. La postulación de estas figuras constituye un riesgo calculado, pues apuestan a que los escándalos por las denuncias pierdan vigencia, a que caigan en el olvido en poco tiempo y a que nuestra cultura del voto de castigo está en ciernes. En base a estos supuestos y a su experiencia histórica, consideran que estos candidatos llegarán exitosamente a buen puerto gracias al voto popular y, lo peor, es que muchas veces, así sucede.
No puedo dejar de mencionar el caso del presidente municipal de San Blas, Nayarit, Hilario Ramírez “Layín”, aquél que alcanzó fama internacional cuando durante su campaña para la presidencia municipal, el año pasado, habría confesado haber robado poquito durante su primera gestión como alcalde de ese municipio. “Una rasuradita nomás”, diría. Pues resulta que, con todo y las sospechas sobre su actuación como alcalde y su confesión sobre su gusto por el dinero, habría contendido y triunfado nuevamente por el mismo puesto, aunque ahora como candidato independiente.
Pues resulta que, fiel a su costumbre de festejar su cumpleaños en grande, este personaje gastó la semana pasada 15 millones de pesos en una celebración a la que asistieron 35 mil personas, según afirmaciones del personal del municipio. Y si esto ya de por sí merecería una investigación sobre el origen de los recursos para este ágape, el comportamiento de la máxima autoridad municipal, obligaría a una reprimenda mayor, pues al calor de los alcoholes, según su propia declaración, se le hizo fácil faltarle al respeto a una joven con la que estaba bailando, a la que le levantó la falda en dos ocasiones.
Ese es el alcalde que su pueblo eligió, a pesar de su nebuloso historial. Pues para colmo, este sujeto, en su cinismo, habría de declarar ante los medios que la “gente me conoce y sabe cómo soy. » Como quien dice: si ya sabían cómo soy, para que me hicieron alcalde.
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