El proceso electoral del próximo 7 de junio tiene con los nervios de punta a muchos, por diversos motivos.
En primer lugar, a las autoridades del Instituto Nacional Electoral, responsables, entre otras muchas funciones, de la organización de los procesos electorales federales y locales, y de velar para que estos se lleven a cabo en tiempo y forma. Por este carácter son, con otras autoridades, los destinatarios de la amenaza que, un día sí y otro también, lanzan los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), sus filiales y asociados, de impedir la realización de las elecciones de junio. Bueno, al menos, pretenderían, en los estados en donde tienen el control del magisterio: Guerrero, Oaxaca, Michoacán, entre otros.
Y es que con la bandera de una causa noble, como es el caso de los desaparecidos de Ayotzinapa, estos docentes encontraron la fórmula para combinar reclamos y demandas que nada tienen que ver con aquella tragedia, pero que les da oportunidad para darle vigencia a su movimiento y continuar con su eterna lucha en contra de la reforma educativa y de todo lo que ponga en riesgo su estado de bienestar.
Y prueba de ello es que, en la demanda de la presentación con vida de los 43 estudiantes, petición en la que ya ni ellos mismos creen, la sección 22 de la CNTE exige a los diputados locales de Oaxaca la aprobación de su propia ley estatal de educación, y con eso evitar cumplir con la armonización de la reforma educativa federal. Y por esas andan los maestros de los otros estados, cuyo nivel educativo es de los más bajos del país.
Ciertamente, el panorama no es muy halagüeño, particularmente en ciertas zonas de estos estados, tomando en cuenta, además, el hecho de que en muchos casos las casillas electorales se instalan, precisamente, en planteles educativos que están bajo el control de la CNTE. Pero las movilizaciones magisteriales van más allá del intento de boicotear procesos electorales. Cualquier pretexto es válido para oxigenar su rechazo a la autoridad, a las leyes y, en general, al estado de derecho, pues en el río revuelto salen ganando. Eso sí, hasta que la autoridad no los tolere más y los obligue a acatar la ley, pues está más que visto que, con ellos, las mesas de negociación y el diálogo no tienen ningún futuro.
Otros que a los que también les quita el sueño la próxima jornada electoral, es a los partidos políticos pequeños, el del Trabajo, Nueva Alianza, Movimiento Ciudadano y los recién registrados Humanista y Encuentro Social. Su preocupación no es menor, pues con la ley vigente están obligados a obtener un mínimo del tres por ciento de votos sobre la votación total para conservar su registro y, según las encuestas más recientes, estos partidos andan en el filo de la navaja.
Supongo que en el caso de los tres primeros mencionados, el agobio es mayor, aunque también mayores sus posibilidades de salir adelante con alianzas productivas, tema al cual se han dedicado con intensidad y sin para en mientes, según han quedado evidencias. Por lo que toca a los dos partidos nuevos, no retener su registro no les significará una gran tragedia, aunque si, un buen negocio. Por lo que habrán de aceptarlo con resignación y sin mucho que lamentar.
Para colmo, hasta a los directivos de la Federación Mexicana de Futbol los estaría inquietando la elección del 7 de junio. Sucede que precisamente en esa fecha, nuestra selección de futbol se enfrentará a la de Brasil, en un partido amistoso, y esto ha sido motivo de profunda preocupación para algunos dirigentes partidistas, concretamente del PAN y del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), quienes están demandando que se reprograme la fecha de ese partido.
El argumento es que el juego puede ser un distractor para que la gente no salga a votar. El líder panista, Gustavo Madero, llegó al grado de considerar que “puede ser perverso el que se programe un partido el día de la jornada electoral. “ Los de Morena llegaron aún más lejos. En la voz de su representante ante el INE, además de calificar de sospechosa la programación de este partido en la misma fecha de la elección, señalaron que la realización de ese juego rompe el principio de imparcialidad ya que el equipo mexicano “y toda la publicidad que lo rodea…es en torno al color verde (que es el) color oficial del partido Verde Ecologista,” lo que podría generar propaganda en favor de los partidos identificados con ese color. ¡Vaya imaginación!
Sin perder la oportunidad, muy a su estilo y congruente con su línea discursiva, el líder moral de Morena, Andrés Manuel López Obrador, acusó a la mafia del poder de haber sido quien escogió la fecha para ese partido, con la intención de inhibir la votación. “Ahora los de la mafia, con sus televisoras, organizaron un juego de futbol para el día de la elección…para que la gente no vote…” sentenció. Sobran los comentarios.
Pero contra este sospechosismo, está por demás alegar, pues, para algunos, resulta una conveniente explicación para el caso de una pobre votación o como justificación de una derrota.
No, no es tanto que los ciudadanos le den más importancia a un juego de futbol, que a la jornada electoral. El problema es que los partidos políticos no han sabido captar el interés ni la atención de los votantes que ven poca seriedad, falta de profesionalismo, ausencia de compromiso y mucha corrupción en una clase política preocupada por permanecer en circulación a cualquier costo, y sin ningún mensaje.
Las actividades deportivas, culturales o de cualquier índole que se llevan a cabo el mismo día de una elección, no son un problema distractor. El problema es el abstencionismo generado por la falta de talento para atraer a los votantes a las casillas. Por eso creo que exigir la reprogramación del ya clásico, al menos para nosotros, México-Brasil, además de absurda resulta bochornoso.
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