Una innovación importante en el proceso de la sucesión presidencial de 2018 es la incorporación de las candidaturas independientes que, aunque veo difícil que en esta ocasión vayan a dar la sorpresa, como sucedió en el caso de la elección para gobernador en el estado de Nuevo León, con el triunfo de Jaime Rodríguez, El Bronco, será interesante su participación.
Estas candidaturas pueden representar una opción para poner a prueba al sistema político y para ayudar a sacar del letargo a los partidos políticos, algunos de los cuales están plantados en un estado de confort, sin mayores obligaciones con la población que los sostiene, pero, eso sí, disfrutando las prerrogativas que le otorga una legislación generosa en extremo.
No creo que esta figura electoral sea la panacea de nuestros males políticos ni que habría que apostarle demasiado a su favor. Su incorporación a la formalidad legal no fue fácil ni rápida, como tampoco lo será el camino que tendrá que recorrer para su maduración. Ya desde un principio ha tenido que enfrentar la furia de varios gobernadores que, preocupados por una opción electoral fuera de su control, han buscado complicarle el camino poniéndole cualquier cantidad de obstáculos que la autoridad judicial se ha encargado de eliminar.
Por lo pronto, persiste la confusión sobre el concepto de independiente y la figura da para que baste la renuncia a una militancia partidista, generalmente por no haber obtenido el respaldo a un proyecto político, para asumirse como aspirante independiente, lo que no corresponde al espíritu de esta figura que, supongo está orientada, como su nombre lo indica, a darle oportunidad a quienes son ajenos a la partidocracia.
Se aceptan, sin embargo, como válidos estos casos y son los que pueden competir con mayores posibilidades de éxito por contar con elementos que facilitan su participación. Han sido figuras públicas, por lo que tienen ya un cierto posicionamiento; cuentan con experiencia política, fundamental para el ejercicio de gobierno; conocen los recovecos burocráticos de la función pública, por lo que no los sorprende la decepción y quizás hasta cuenten con una estructura para apoyar su campaña y acompañarlos en su proyecto. Eso sí, existe siempre el riesgo de que a estos independientes de ocasión, les pese su pasado partidista y queden muy lejos de las expectativas de quienes los promovieron.
Los otros independientes, los que no tienen antecedentes partidarios, los ciudadanos de a pie, serían, en estricto sentido, los prototipos de esta figura electoral. Es de imaginar, que para estos la cuesta hacia Los Pinos es más pesada, precisamente, por desconocer un sector, el público, que tiene sus particularidades, no estar familiarizados con la actividad que le es propia, la política, y no tener, de entrada, una estructura a su disposición que les facilite su promoción.
Habrá que tener en cuenta que, si bien la figura de las candidaturas independientes es la que da lugar a nuevas posibilidades de participación ciudadana, son precisamente sus candidatos a quienes corresponde cumplir con las expectativas que los decepcionados de la partidocracia depositan en esa opción y, esto, no es un compromiso menor.
Y es que, en caso de que el proyecto independiente tenga éxito, no es suficiente con que el aspirante tenga buena voluntad, sea bien intencionado y esté comprometido. El ejercicio de gobierno demanda honestidad, sensibilidad política, vocación de servicio, habilidad para lograr consensos, facilidad de comunicación, entre otras cualidades indispensables para lograr un buen desempeño en el cargo. Así que los independientes tienen que ser algo más que una simple figura popular y carismática.
Pero en fin, como lo señalamos en nuestro comentario anterior, la reglamentación de esta figura ha despertado el interés de varios personajes para participar en la elección presidencial de 2018. Y de esta manera, el casillero de los independientes se comienza a llenar, en primer lugar, por quienes han hecho pública esta intención (Jorge Castañeda y Pedro Ferriz de Con), en segundo lugar, por los que coquetean con esta vía como segunda opción, en caso de que no los apoye un partido político (Margarita Zavala y Miguel Ángel Mancera) y, finalmente, por aquéllos que permiten que se les incluya en la lista de posibles aspirantes, sin negar ni afirmar su aspiración (Juan Ramón de la Fuente y Jaime Rodríguez, El Bronco).
La buena noticia es que existe un evidente interés en explotar esta figura y que no son pocos los que pretenden intentarlo; la mala, como uno de ellos afirmó, es que si hay más de un independiente, la cosa se fregó, pierde viabilidad.
En efecto, los aspirantes sin partido estarán disputándose los votos del mismo nicho. El de los decepcionados, los fastidiados y los inconformes con el sistema político y sus partidos, los que buscan opciones diferentes a los caminos tradicionales de la política. La pulverización de sus votos reducirá su peso, frente a los votos duros de los simpatizantes de los partidos políticos, lo que habrá de traer como consecuencia, la frustración del proyecto.
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