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Calentando motores para la gran carrera

Fecha: 25 de julio de 2016 | Autor:

silla presidente slide

Hace poco más de un año, comentábamos sobre la renovación de los liderazgos en el PRI, PAN y PRD, tras la elección federal de mitad del sexenio, en un panorama muy lejano al escenario político actual, porque en esta materia las cosas cambian y las circunstancias y los proyectos políticos personales, aún más.

En ese año estos tres partidos renovaron sus dirigencias. En el caso del blanquiazul, porque su entonces reelecto presidente, Gustavo Madero, se incorporaba al Congreso en una estrategia con miras futuristas que suponía llevarlo a liderar su bancada como plataforma de lanzamiento para el 2018. Su proyecto se frustró, sin embargo, porque el chihuahuense olvidó que en política el poder ni se comparte y ni se presta.

Ahora, el diputado Madero cabildea con no muchas posibilidades para, al menos, presidir la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, que, por acuerdos camarales le corresponde a su partido. De su proyecto político, mejor ni acordarse, porque ahora quien tiene la estafeta de mando del partido, Ricardo Anaya, el joven maravilla a quien le confió la silla para que, en su momento, lo proyectara a la candidatura presidencial, le resultó ambicioso y, aprovechando la circunstancia, es ahora él quien piensa en la carrera presidencial.

En el PRI, César Camacho había cumplido su misión en el tricolor con bajo perfil y siguiendo al pie de la letra la línea de Los Pinos y de una influyente Secretaría de estado. Coincidente con el pretendido destino del saliente líder panista, aunque no con el mismo proyecto político personal, el priista se movió a la Cámara de Diputados para asumir el liderazgo de la bancada de su partido.

Al mexiquense lo sustituyó, en el mando del tricolor, Manlio Fabio Beltrones, político de larga carrera, con aspiraciones futuristas, pero lejano de la familia feliz. Esta circunstancia, quizás, fue la que lo impulsó a una arriesgada apuesta, en la que se jugaba su proyecto político: lograr, para su partido, el mayor número de triunfos electorales para gobernador en los comicios de junio pasado y, con esto, su acreditación para la carrera presidencial.

Nueve de doce, fue su pronóstico, que quedó muy lejos del resultado final. La falla le obligó a renunciar a la dirigencia del partido, tras diez meses de presidirlo, con lo que quedó, prácticamente, fuera del círculo de posibles aspirantes priistas a la silla presidencial, aunque bien pudiera ser que su experiencia y ascendencia sobre los priistas de carrera resulte conveniente aprovechar para lo que se avecina.

Por lo pronto, el PRI estrena nuevo dirigente, Enrique Ochoa Reza, éste sí del primer círculo de Los Pinos, por lo que podríamos decir que, con este movimiento, el Presidente Enrique Peña Nieto, da los primeros pasos de su estrategia con rumbo a la sucesión presidencial.

En el caso del PRD, los recientes cambios en su dirigencia se han dado como consecuencia de presiones internas. Existe una enorme dificultad para alcanzar acuerdos internos en ese partido y, cuando lo logran, les resulta imposible sostenerlos por mucho tiempo. Es algo propio de su ADN. Y es que en su interminable lucha por el control del partido, sacrifican lo más por lo menos. Si a esto le sumamos las inquietudes futuristas, la ecuación se complica.

Carlos Navarrete renunció, en noviembre de 2015, a la dirigencia del partido amarillo después de 13 meses de una gestión que él mismo calificó como “intensa y turbulenta,” y tras entregar malas cuentas de la participación de su partido en el proceso electoral federal, en donde perdió votos y curules.

La necesidad de encontrar una tabla de salvación para este partido que se desfondaba, los llevó a elegir un candidato externo, un intelectual, para sustituir al renunciado Navarrete en la presidencia del Sol Azteca, partiendo del falso supuesto de que los problemas que aquejan al partido tiene que ver con las características de quien lo dirige y no con el comportamiento y actitud de las cabezas de las tribus que no están dispuestas a perder el control de su organización.

Agustín Basave, el intelectual que supuso, erróneamente, que con ideas podría dirigir al partido, pronto se desencantó y tras sólo siete meses de estira y afloje, les dejó la presidencia porque, según su propio dicho, “ni por cultura política el PRD está preparado a una presidencia como la mía“. Además de denunciar problemas de gobernabilidad interna.

Como el tiempo apremia, esta vez el proceso para la sustitución de la dirigencia del PRD se llevó a cabo sin graves turbulencias y con acuerdos básicos en los que el peso del Jefe de Gobierno de la capital algo tuvo que ver. Alejandra Barrales, la nueva dirigente del Sol Azteca, resulta un buen relevo para apaciguar ánimos, conciliar intereses y unir al partido, elementos indispensables para tratar de  rescatarlo en estos estratégicos tiempos. Barrales no responde a los intereses de Nueva Izquierda, la de los Chuchos y, esto abona a su favor.

La ex secretaria de educación de la Ciudad de México, deberá concluir el período para el que fue electo Carlos Navarrete, por lo  que su horizonte está limitado al 2017. Su gran reto, entonces, es el proceso electoral del Estado de México en donde el PRD podría reposicionarse si juega con habilidad sus cartas y resuelve el enigma de con quién armar su alianza: el PAN o las izquierdas, sin descartar a Morena.

Difícil decisión porque como lo resuelvan en el Estado de México, de alguna manera los dejará comprometidos, además de que este partido todavía no tiene muy claro cómo va a participar en el 2018: sumado en alianza con la derecha o formando un trabuco de izquierdas y Morena, tal vez. O bien, con candidato propio, aunque externo, lo que, por razones obvias, los llevaría a una aventura sin alianzas con pocas probabilidades de éxito.

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