El próximo 7 de septiembre, se llevará a cabo la elección, por voto universal y directo, de 1200 delegados del Congreso Nacional del PRD, así como de 320 integrantes del Consejo Nacional, de 75 a 150 consejerías estatales y hasta 150 municipales. Se espera una votación sobre el 30 por ciento del padrón perredista (un millón 300 mil del total de casi 4.5 millones de afiliados). Posteriormente, y a través de voto indirecto, el 5 de octubre elegirán al presidente y al secretario general de su Comité Ejecutivo Nacional.
En esta ocasión, el proceso de la renovación de los mandos en el partido del Sol Azteca, está a cargo del Instituto Nacional Electoral, decisión sabia del actual líder de ese partido, que con esto buscó vacunar el proceso de sucesión contra enfrentamientos, divisiones y posibles fracturas entre las distintas fuerzas políticas que conforman a esta organización política. Y es que, en el histórico del PRD, sus procesos internos se han caracterizado por los diferendos, desacuerdos y hasta batallas campales, que han tenido un muy alto costo en su imagen y en su evolución.
Ahora, los tiempos no están para correr riesgos de rupturas, particularmente cuando ya existe una amenaza real, de pronóstico reservado, que sin duda le restará un buen número de afiliados y simpatizantes. Porque de que Andrés Manuel López Obrador y su Morena le harán una abolladura en su militancia, ni quien lo dude. Así que, habría que llevar con cuidado la renovación de sus cuadros directivos para mantener la unidad, a como dé lugar, cosa que no parece sencilla.
Al partido amarillo se lo comieron los tiempos (el período estatutario del actual presidente venció el 21 de marzo pasado). La postergación de su proceso electoral interno debido, entre otras razones, a la búsqueda del mejor momento para llevarlo a cabo, los llevó un poco más allá de los límites recomendables para el cambio de dirigentes. En efecto, dentro de poco más de un mes, inicia el proceso electoral de mitad del sexenio, en donde estarán en juego nueve gubernaturas, la renovación de la Cámara de Diputados federales y 17 elecciones para la renovación de congresos locales y ayuntamientos, incluyendo la Asamblea Legislativa y las 16 delegaciones del Distrito Federal, que le corresponderá atender una nueva dirigencia recién desempacada.
El cambio de mandos, teniendo enfrente un proceso electoral de la magnitud del segundo más importante del sexenio, no es lo más oportuno, porque se van las cabezas que lograron sumar fuerza, poder, alianzas y experiencia a lo largo de su mandato, y llega una nueva dirigencia que requeriría un poco de tiempo para afianzar su posición y el control del partido para enfrentar la fase más delicada y compleja de su gestión, que es la de coordinar el proceso de selección de candidatos, sin generar demasiadas heridas. Muy importante en casos como el del partido del Sol Azteca, cuyas diversas y variadas tribus, no son muy afectas a la concertación.
Sobre los aspirantes a la dirección de este partido, podríamos decir que, a pocas semanas de la elección, ni son todos los que están ni están todos los que son. Y es que, el personaje que, para algunos, garantizaría la unidad del partido, Cuauhtémoc Cárdenas, continua deshojando la margarita, sin decidirse a participar en el proceso pero manteniendo la expectativa de hacerlo. Por su parte, Marcelo Ebrard, otro de los que dicen aspirar, se aleja del partido, lo critica y, luego, se hace presente y reitera su interés en participar en el proceso. Creo que al ex Jefe de Gobierno del D. F. ya no lo toman en serio.
Mientras tanto, el que sigue muy campante en campaña es Carlos Navarrete, el favorito de los Chuchos, los de la Nueva Izquierda, para quien el tiempo juega a su favor. Esta corriente ha manejado las cosas para que su candidato amarre la elección. En el plan “B,” tal vez hasta estarían dispuestos a aceptar la postulación del ingeniero Cárdenas, pero en cualquier caso, en lo que no estarían de acuerdo es en perder el control del partido.
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