Se quemó la casa, todita. De ella no quedó más que un montón de cenizas húmedas. Papá y Mamá y toda su numerosa prole contemplan la ruina, atónitos.
Papá se dirige a la familia y dice: “Su mamá y yo tendremos una reunión cumbre mañana, para encontrarle solución a este problema. Mañana hallaremos la solución definitiva a esta crisis; mientras tanto, dormiremos en una tienda de campaña que nos rentarán nuestros vecinos alemanes.”
La casa europea se quemó financieramente. En 1999 se instaló el Euro como moneda única para un grupo central de naciones europeas. Las tasas de interés en las diversas naciones se regirían por dictado del Banco Central Europeo. No se permitiría que una nación tuviera un Déficit Fiscal de más de 3% de su PIB.
Así se armó la pachanga de gastos gubernamentales y del sector privado de los países donde la población es de sangre caliente, o sea los que forman el “Club Med” de Europa: Grecia, Italia, España, Portugal y hasta Irlanda y la misma Francia. Nunca se habían visto, ni en sueños, las tasas de interés tan bajas ni préstamos tan fáciles de obtener.
El dispendio fue gigantesco. Nunca Europa se vio tan feliz. Los gobiernos colmaron de beneficios a los gobernados. Se vivía una vida placentera, libre de preocupaciones. Toda la buena vida estaba asegurada: habitación moderna, automóvil (para él y para ella), educación gratuita para los niños, seguros para gastos médicos y hospitales, pensiones generosas para un retiro temprano, cheque mensual en caso de desempleo; en Italia tres meses de vacaciones al año. El nivel material de vida en Europa fue la admiración del mundo entero.
Lo que nadie percibió, fue que los europeos estaban quemando su casa mientras iban de vacaciones y tomaban la copa y saboreaban sus “tapas”. En España, se construyeron aeropuertos costosísimos que nunca han recibido un avión. Los españoles se jactaban de tener las mejores carreteras del mundo.
Europa quemó su casa tomando préstamos baratos en cantidades gigantescas y gastando el producto de los préstamos en gasto corriente para complacer a la gente con prestaciones y servicios, en mantener una extensa burocracia acomodada y en proyectos de inversión no rentables.
Por ejemplo, la pequeña isla portuguesa de Madeira ostenta un fabuloso complejo de supercarreteras que atraviesan las montañas de la isla al través de enormes y larguísimos túneles, todos iluminados e impecables. Varios cientos de millones de euros se gastaron en crear esas carreteras y un precioso aeropuerto moderno. ¿Cómo pagará la población de 260,000 habitantes, la deuda que se incurrió?
En 13 años, Europa consiguió quemar su casa.
Ahora, Papá Hollande (y antes, Papá Sarkozy) y Mamá Merkel y sus colegas en el Banco Central Europeo y los presidentes o primeros ministros de los países de Europa se reúnen en Juntas Cumbre para contemplar las ruinas y hallar la “solución”.
Alguien necesita decirles: “Señores, no hay “solución”. Se quemó la casa. Cuando se quema la casa, tiene usted una casa quemada. Una casa quemada ¡no tiene solución!”
¿Qué fue lo que provocó la quemazón de la casa?
Eso sería lo primero que habría que averiguar. Pero como eso es lo esencial, eso es lo que no se quiere investigar. Porque mientras se quemaba la casa, hubo hombres importantes que sustrajeron cosas de valor de la casa y ellos quieren quedarse con sus beneficios. Estos hombres, siendo importantes, resultan indispensables para que los Papás de Europa puedan gobernar.
La “causa próxima” – o sea la causa directa – de la quemazón, fue el dinero fiat, dinero falso que entró a circular en forma de billetes en el año 2000. Este dinero se creó, y se sigue creando, de la nada y por ese hecho, facilitó la expansión irrestricta de crédito durante el período de la épica quemazón.
La “causa final” de la quemazón – el propósito de la quemazón – fue que los gobiernos democráticos de Europa quisieron complacer a sus gobernados y para eso montaron la fiesta de la quemazón, que fue alegrísima mientras duró.
El sistema democrático requiere comprar la anuencia o el consentimiento de los gobernados, para que sean gobernados por quien elije la mayoría.
Tan pronto como un gobierno democrático deja de comprar la anuencia de los gobernados, surgen graves inconformidades populares. La austeridad y la democracia son incompatibles.
O sea, un gobierno democrático necesita gastar para mantenerse en el poder. Es un “sine qua non”. Nomás hay que mirar la tele, para ver lo que le sucederá a Rajoy con su plan de austeridad para España. Se le alzará el pueblo. Ya lo estamos viendo con las manifestaciones en Madrid.
Para que siga la “democracia” en España – para que se pueda seguir comprando el consentimiento de los españoles a ser gobernados – España tendrá que salirse del sistema del Euro y volver a la Peseta, que podrá crear a sus anchas. Así seguirá la quemazón de lo que queda de recursos de capital en España, pero cuando menos en paz democrática, aunque sea precaria.
De otra suerte, tendrán que entrar los militares a imponer – no comprar – el orden social. Lo cual significa, naturalmente, el fin de la democracia en España.
Entonces, ¿qué?
Entonces que se cuide el nuevo gobierno del PRI en México, de no seguir por los pasos de los europeos; de no armar gran fiesta dispendiosa para los mexicanos. Que se cuide el PRI de querer eliminar la “informalidad” de la actividad económica de los mexicanos, que les permite sobrevivir por sus propios recursos, sin pagar impuestos, pero sin ser carga para el Fisco – una forma de vida desconocida en Europa, pero que pronto tendrá que aparecer allá. Que se cuide de no incendiar la casa con pensión universal y seguro de desempleo.
Los mexicanos usamos dinero fiat, ficticio: el peso; tenemos un gobierno democrático, legítimo en términos legales. Será indispensable que el PRI compre el consentimiento de los mexicanos a ser gobernados por el PRI. Hay, por lo pronto, amplias reservas de divisas. Por lo tanto, estamos también los mexicanos en peligro de quemar la casa. Ya hemos sufrido quemazones, no preparemos otra más.
Consejo: “Cuando veas la casa de tu vecino quemar, pon la tuya a remojar”.