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A 30 años del sismo que sacudió a México

Última actualización el octubre 18, 2024

Tiempo de lectura: 5 minutos

sismo 85Con la sobrecogedora inmovilidad del reloj ya sin pared, sobre los escombros, marcando las 7:19 horas, Pedro Valtierra capturó en esta foto la huella imborrable del sismo que golpeó a la ciudad de México y ocho estados de la República, el 19 de septiembre de 1985.

Durante minuto y medio y con una intensidad de 7.8 grados en la escala de Richter, que más adelante los científicos ubicaron en 8.1, el violento terremoto sacudió los 800 mil kilómetros cuadrados de valles, montañas y edificios donde se encuentran Guerrero y Michoacán -estados del epicentro-, Chiapas, el Distrito Federal, Jalisco, México, Oaxaca, Puebla y Veracruz.

La ciudad de México padeció la peor parte, especialmente las delegaciones Cuauhtémoc, Venustiano Carranza, Benito Juárez y Gustavo A. Madero, en las que se concentró 80% de los daños materiales. Los primeros reportes contabilizaron 366 edificios derrumbados por completo, 306 parcialmente y más de 2 mil casas seriamente fracturadas. Las delegaciones Miguel Hidalgo y parte de Coyoacán también sufrieron daños, aunque menores.

En los días y semanas que siguieron, el recuento de cadáveres arrojó más de 5 mil fallecidos en la capital y 35 en otras entidades. Un estadio de béisbol de la ciudad de México tuvo que ser habilitado como morgue. Los heridos y damnificados se contaron por decenas de miles.

Inicialmente se calculó en un cuarto de millón el número de personas que habían perdido o abandonado su hogar. Gran parte de la ciudad quedó sin agua potable, electricidad ni servicio telefónico. Las fugas de gas se multiplicaron. El pavimento se fracturó en numerosas calles y avenidas.

El Centro Médico Nacional quedó destruido; se derrumbaron la torre de Gineco-obstetricia y la residencia de médicos del Hospital General de México; cayó la torre principal del Hospital Juárez; más de 2,500 escuelas públicas y más de mil privadas sufrieron daños de diversa magnitud, afectando a una población escolar de alrededor de 650 mil estudiantes; 78 de los 208 hoteles que había entonces en la zona metropolitana resultaron dañados. El inventario de pérdidas se fue completando en los días y semanas siguientes. Al principio, todo era sorpresa y confusión.

 

El 19 de septiembre, en Los Pinos

“Yo estaba vistiéndome cuando empezó a temblar”, relata el Presidente Miguel de la Madrid en sus memorias (1). “Unos segundos después me alcanzó mi esposa en el vestidor, donde permanecimos ese minuto y medio que resultaría mortal para tantos.” La casa presidencial no sufrió daños. El Presidente bajó de inmediato a la oficina del Estado Mayor, donde le informaron que no se podría realizar la gira que estaba programada para ese día en Michoacán: la pista de aterrizaje de Las Truchas estaba dañada. Un oficial le dijo que había serios daños en la ciudad de México. El Presidente se comunicó con los secretarios de Defensa y Gobernación, y con el jefe del Departamento del Distrito Federal. Enterado del tamaño de la tragedia, ordenó poner en marcha los planes de rescate del Ejército y la Marina.

Citó al secretario de Gobernación y pidió un sobrevuelo en helicóptero con el regente para observar de manera directa lo que estaba ocurriendo. Todo esto antes de las ocho de la mañana.

La agenda del Estado Mayor del 19 de septiembre registra que después de las 11:00, al terminar el sobrevuelo, el Presidente hizo otro recorrido en autobús por el centro de la ciudad y la colonia Doctores, dos de las áreas más afectadas. Entre las dos y las tres de la tarde condujo una reunión con miembros del gabinete legal y ampliado, en la que ordenó crear dos comisiones de emergencia, una nacional y otra metropolitana, y decretó tres días de duelo en el país.

Entre las tres de la tarde y las ocho de la noche sostuvo diversos acuerdos con el tema de la emergencia, y a las 20:10 inició un nuevo recorrido, ahora por el albergue en el Deportivo Morelos, el Hospital General 1, Gabriel Mancera, la

Unidad Tlatelolco y el Centro Médico Nacional, durante el que reiteró que las autoridades no escatimarían esfuerzos para ayudar a los damnificados. La jornada terminó en la madrugada del 20 de septiembre.

Durante sus recorridos el Presidente observó la gravedad de los daños. En sus memorias recuerda: “Miles de personas removían escombros, entre heridos y muertos, tratando de salvar vidas. Al dolor y la desesperación se sumaba el temor por los inmuebles en peligro de caer, por la interrupción del servicio de energía eléctrica y de teléfonos, y por las fugas de agua y de gas. Se mezclaban el polvo y los incendios con el dolor y la angustia. La dimensión de la hecatombe era enorme.

“[Muchos capitalinos] a través de la radio y la televisión pronto cobraron conciencia de la realidad y se volcaron a las calles de la ciudad de México en un movimiento sin precedente de solidaridad y auxilio a las víctimas. También de los estados circunvecinos llegó apoyo material y humano.

“En las áreas de desastre la ciudad era un caos: el metro se detuvo, el tránsito se desquició y en los cruceros grupos de civiles dirigían la circulación de automóviles.

Incesantemente se oían las sirenas de patrullas y ambulancias. Los hospitales públicos y privados no se daban abasto para atender a los heridos. La angustia de los sobrevivientes atrapados y el dolor y la desesperación de los familiares que buscaban entre los escombros nos embargaban a todos. La tragedia envolvía a la nación.”

Con toda honestidad admitió que “el sismo alcanzó dimensiones de catástrofe […]

Su magnitud nos tomó por sorpresa y tuvimos que actuar sin el apoyo de un plan de emergencia a la altura de las circunstancias”. Por las experiencias anteriores, nadie había supuesto que un terremoto pudiera tener esas consecuencias.

No faltó el colaborador que en algún recorrido le dijera: “¡Presidente, aquí!, tome una pala para la foto”, u otro que le propusiera medidas no negociadas, como asignar el edificio de cierta universidad o instalación militar a secretarías cuyas sedes se habían derrumbado, sugerencias que rechazaba, por irreflexivas. Miguel de la Madrid fue un Presidente de personalidad mesurada y sobria, a quien jamás le atrajo “hacer política a ritmo de salsa”, como también anotó en sus memorias.

Esta sobriedad no siempre fue bien entendida.

“Al ver el desquiciamiento de la ciudad, me di cuenta de que lo primero que tenía que hacer era transmitir la sensación de que había mando, pues lo peor que puede ocurrir en situaciones como ésta es dejar que cundan la anarquía, la agitación y el desorden. Resultaba necesario conservar la serenidad, pero al mismo tiempo mostrar decisión [ῂ] Nadie me iba a empujar a dar de manotazos, porque un manotazo equivocado del Presidente de la República puede ser muy grave. En todo momento, pero sobre todo ante las situaciones de emergencia, creo que las cualidades personales más importantes son la serenidad y la decisión.”

 

 

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