Última actualización el octubre 18, 2024
Tiempo de lectura: 3 minutosPor: Agustín Vargas
- Recesión, más no crisis
- Fundamental mejorar el ambiente de inversión
- Bienestar de la población, a largo plazo
A principios de marzo del año pasado advertíamos sobre las dificultades que tendría la economía mexicana para su recuperación y el lento crecimiento que se tendría en todo el 2021. Todo apuntaba en ese sentido y nada o casi nada hicieron las autoridades para evitar un mayor deterioro de la economía familiar, la economía real.
De esta forma, el año de la supuesta recuperación se quedó corto. La economía mexicana creció un 5% en 2021, tras desplomarse un 8.2% en 2020 por el impacto de la pandemia. El país, además, entró en recesión técnica al cierre del año, al sumar dos trimestres consecutivos con retrocesos.
Políticas contracíclicas tímidas y menos oportunas, rezagos estructurales y problemas de incertidumbre para la inversión estuvieron detrás de la mayor caída y de las perspectivas de una recuperación esperada más lenta para México.
Las debilidades estructurales, los problemas de inconsistencia temporal y la persistencia de un entorno de incertidumbre para la inversión enmarcan un débil punto de partida para el crecimiento de la economía mexicana en el largo plazo.
En el último trimestre del año pasado la economía sufrió una contracción de 0.1%, según datos preliminares anunciados el lunes pasado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
De esta manera, la economía sumaría dos trimestres seguidos con cifras rojas, con lo cual, de acuerdo con los especialistas, la economía mexicana entró en una recesión técnica, aunque justo es aclararlo esto no significa que México haya entrado a una crisis económica de grandes dimensiones.
La crisis, con todas sus letras, significa un profundo debilitamiento de los principales indicadores macroeconómicos como, por ejemplo, el empleo, el nivel de precios, el consumo interno, la capacidad de pago de los agentes económicos o el nivel de producción.
En ese sentido, la crisis económica no sólo incluye un crecimiento bajo o negativo, sino que además implica una alta inestabilidad financiera.
México no está en una crisis, pero tampoco está pasando por un buen momento tras las secuelas económicas que ha dejado la pandemia y la adopción de erróneas políticas económicas que desincentivan la inversión.
Las disrupciones en las cadenas de suministro, la cuarta ola de covid-19, la alta inflación, los efectos de una nueva legislación en materia de subcontratación y la incertidumbre entre los empresarios son algunas de las razones que explican el frenazo económico.
En 2021 el Producto Interno Bruto (PIB) del país creció 5%, un paso adelante, pero al mismo tiempo una recuperación insuficiente para compensar la profunda caída del 8.4% en 2020.
Bienestar, a largo plazo
De acuerdo con las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2021 el PIB se encontrará casi 5.0 puntos porcentuales por debajo de su nivel pre Covid-19, y sólo hasta 2024 alcanzará nuevamente el punto de partida previo a la pandemia.
En términos de PIB per cápita, es decir los ingresos de la población por individuo y por ende su bienestar económico, la recuperación se logrará hasta 2026, mientras que en EU se alcanzaría en el 2021, es decir, cinco años antes. Bajo las previsiones de crecimiento del grupo financiero BBVA para México, el panorama es aún más sombrío, con el PIB per cápita recuperándose hasta 2029.
A diferencia de México, otras economías latinoamericanas mostrarán una mejor evolución de la actividad económica en el largo plazo.
El FMI estima que en 2025 el PIB per cápita de Chile superará su nivel pre Covid en 8 puntos porcentuales, mientras que el de Brasil será 5.0 puntos mayor.
En ese mismo año, el PIB per cápita de México aún se encontraría por debajo de su nivel pre pandemia (99% del nivel registrado en 2019).
Si bien todas las previsiones de crecimiento están sujetas a cambios y revisiones, constituyen un punto de referencia en cuanto anticipar la evolución futura de la actividad económica y permiten realizar comparativos a nivel internacional.
En conclusión, atender los rezagos estructurales y mejorar el ambiente de inversión, son los retos fundamentales para mejorar las perspectivas después de la pandemia.
En el largo plazo, el entorno para la inversión será un factor determinante para la actividad económica; fomentar políticas públicas que promuevan el Estado de Derecho y la certidumbre jurídica en contratos será clave para impulsar el crecimiento potencial de la economía.
La importancia de la inversión como factor de crecimiento no es sólo su contribución contemporánea al PIB, sino también su papel como detonante de crecimiento en el largo plazo.