Por Miguel Tirado Rasso
Con la alternancia supusimos que nuestra democracia caminaba hacia su fortalecimiento. Los cambios de colores en el poder abrieron una ventana de esperanza para un México mejor y, habría que decirlo, de alguna manera, se oxigenó un poco nuestro sistema político.
A partir de los gobiernos alternativos, la competencia por el poder se equilibró. Errores, excesos, arrogancia, desgaste y ausencia de auto crítica fueron minando al PRI, otrora partido aplanadora que, en etapas, fue perdiendo posiciones, primero la supremacía en el Congreso, luego algunas gubernaturas y, finalmente, la joya de la corona del poder: la presidencia del país.
Sin embargo, cuando muchos daban por muerto al tricolor, tras doce años en la oposición, este partido resurgió para recuperar el poder. En parte, por una eficaz operación política de recuperación de imagen, que aprovechó la inexperiencia e indefinición de dos gobiernos panistas que no pudieron o no quisieron dar los cambios que se reclamaban, optando por no hacer demasiadas olas en un mar de por sí agitado, lo que causó decepción entre los electores que se reflejó en las urnas.
Las condiciones de gobernabilidad en esta segunda oportunidad para el PRI, son muy distintas a las que prevalecían en sus tiempos de gloria. Los equilibrios en el Congreso, si antes de que este partido perdiera la presidencia ya mostraban dificultades para lograr acuerdos, durante el sexenio actual el trabajo legislativo se hizo más difícil, con las oposiciones dispuestas a no dar cuartel en la lucha por el poder, formando alianzas para fortalecer su posición e identificando al gobierno y su partido como el gran enemigo.
En cuanto al proceso de la sucesión presidencial, antes bajo el control y decisión indiscutibles del primer mandatario, en su calidad de jefe máximo del tricolor que, con las palabras mayores, ungía a quien, sin la menor duda, habría de sucederlo, las circunstancias cambiaron radicalmente. El candidato del PRI dejó de ser invencible para pasar a ser un participante más en la carrera por la silla presidencial, que ahora compite en igualdad de condiciones con los otros aspirantes. Aquel control presidencial del proceso sucesorio de otros tiempos, ha quedado reducido ahora, para todos sus efectos, exclusivamente al entorno de la candidatura priista.
Quizás sea ésta la campaña presidencial más complicada a que se ha enfrentado un candidato del Revolucionario Institucional. El (pre)candidato, José Antonio Meade y su equipo de campaña tendrán que trabajar duro con ingenio, talento y eficacia. Necesitan asegurar el voto duro de su militancia, además de convencer a electores indecisos y otros más de los de enfrente, porque con los del PRI no alcanza para ganar la elección.
También sus aliados, los partidos Verde Ecologista y Nueva Alianza, tendrán que ponerse las pilas para aportar los votos que se esperan de ellos y que resultan indispensables en una competencia cerrada como la que se pronostica. Los Ecologistas deben recuperarse, porque andan con poco gas y a Nueva Alianza le urge cerrar filas, porque de repente se le desbalagan sus cuadros.
El problema de la caída en las preferencias es común a todos los partidos de nuestro escenario político, por eso ninguno cuenta con los suficientes votos para ganar una elección. Ninguna de las tres principales fuerzas, PRI, PAN y Morena, puede sentirse satisfecha con la opinión que reflejan las encuestas de ellas. De los partidos pequeños, ni que decir. Pero de todos, tal vez el más afectado sea el PRD que en sus casi treinta años de existencia pasó de ser una segunda fuerza política muy competitiva a un cuarto lugar muy disminuido. Finalmente, los enfrentamientos internos, las pugnas por el control del partido y los escándalos de las tribus, le pasaron la factura.
En la cacería de votos, partidos y/o candidatos, según el caso, han rebasado los límites de la imaginación y, en esto, Morena es el que sorprende más. Con la redención del mesías tropical, cualquier personaje que aporte votos es bienvenido, sin importar antecedentes, ideologías o trayectorias, porque el objetivo es ganar sin importar cómo.
Morena abrió su temporada de ofertas con atractivas candidaturas a toda clase de cargos de elección popular. Buena oportunidad para cartuchos quemados, rechazados, expulsados, ignorados y hasta sujetos a proceso en busca de fuero; del partido que sea: de derecha, confesional, del centro y hasta de seudo izquierda, en una apertura que, inevitablemente, llevará a los morenos a padecer el síndrome de confusión de identidad, al convertirse en un partido tutifruti, en el que todos caben, bajo la filosofía de que el fin justifica los medios.