Por Miguel Tirado Rasso
Sólo dos semanas para que el período de campañas concluya, el próximo miércoles 27 del mes en curso. Entonces, entraremos en ese remanso que nos regala la ley, para meditar y reflexionar sobre nuestro voto (nos dicen que para eso lo estableció el legislador), sin la estridencia de los miles de spots de los partidos y candidatos ni los dimes y diretes, denuncias, acusaciones y escándalos a los que los estrategas de campañas han acudido para bajarle preferencias a los contrincantes de sus candidatos, a falta de ingenio para encontrar otra fórmula para sumar más simpatizantes a los suyos.
Los negativos difícilmente ayudarán a orientar el voto, que a lo más, pudieran influir, no, en por quién votar, sino en por quién no votar, cuando el objetivo de las campañas debiera ser la atracción de votos, la suma de votantes, influir en el ánimo de los electores para convencerlos en quién es mejor, no quién es el peor.
El tema no es el voto de la resignación, que escoge la opción menos mala, sino la decisión razonada que opta por la mejor oferta, pero para esto se requieren propuestas, planes y programas atractivos y realistas que persuadan el elector. Pero con esta tónica se ha desarrollado el actual proceso y, quizás por eso, no debiera sorprender la estabilidad que, en términos generales, muestran las encuestas sobre las preferencias en torno a los candidatos presidenciales, pues se han preocupado más en desacreditar a sus adversarios que en mostrar sus cualidades y ventajas.
Se dice que golpe que no mata, fortalece. Y algo de esto ha sucedido en los ataques que han resultado inofensivos, al menos en los cálculos de los daños pretendidos, porque salvo en el caso del candidato de la alianza Por México al Frente, Ricardo Anaya, que vio afectado su avance en las preferencias tras la denuncia por lavado de dinero en operaciones mercantiles sospechosistas, los demás han mantenido sus tendencias, José Antonio Meade en el rango de los 18 y 20 puntos y Andrés Manuel López Obrador, manteniendo una cómoda ventaja. Bueno, al menos eso es lo que indican la mayoría de las encuestas que, por otro lado, son la única referencia que podemos tener sobre el posicionamiento de los candidatos.
En este contexto se dio el tercer debate y último del proceso electoral presidencial entre los cuatro candidatos a la silla del águila. Insisto en que las expectativas de estos encuentros, al menos los programados por la autoridad electoral, rebasan por mucho las posibilidades reales de su impacto en las campañas y en la determinación de las preferencias electorales.
Del debate del martes pasado se podría concluir que los candidatos nos quedaron a deber, porque entre que alguno salió a cuidar su ventaja y no exponerse, otros buscaron, sin lograrlo, dar el golpe decisivo que los ubicara en la ansiada segunda posición. El resultado, nada para nadie y, aunque, como siempre, todos los aspirantes se declararon vencedores del encuentro, la realidad es que poco tendrán que agradecerle al debate, porque sus posicionamientos no se verán mayormente alterados, para bien y para mal.
Está claro que, a pesar de las innovaciones en los formatos, todavía no se logra que estos encuentros permitan el desenvolvimiento natural de los participantes y la exposición suficiente de sus ideas y propuestas por las que los podamos juzgar, analizar y preferir.
Y más allá de todo esto, habría que señalar que, con todo y las buenas intenciones de quienes promovieron y concretaron una más de las muchas reformas que nuestra legislación electoral ha sufrido en la búsqueda infructuosa de un marco jurídico de excelencia para el ejercicio democrático de la renovación de dos de los tres poderes que integran el Poder Supremo de la Federación, conforme lo ordena nuestra Constitución en su artículo 41”…la renovación de los poderes Legislativo y Ejecutivo se realizará mediante elecciones libres, auténticas y periódicas.” La sobre regulación nos ha llevado a un abigarrado proceso que ha dejado mucho que desear.
Lejos quedó el propósito de corrección para mejorar y, sí en cambio, en algunos casos, complicó las cosas al grado de que, antes de que concluya este proceso electoral, ya se piensa en la necesidad de nuevas reformas ante la insuficiencia o ligereza con que se regularon algunos temas como fue el caso de las candidaturas independientes o la omisión a consideraciones de una nueva realidad política que no se advirtió o, más bien, no se quiso reconocer, como la inclusión de la segunda vuelta, cuya inexistencia, ahora, muchos se lamentan.