Durante la celebración del Consejo Nacional del PAN, hace sólo tres semanas, el entonces presidente del blanquiazul, Damián Zepeda, reconocía como uno de los factores que habrían contribuido a su derrota electoral, el que “durante la reciente campaña…, el PAN no tuvo la unidad que hubiéramos querido. (Que) Proyectar esta desunión de cara al electorado tuvo, sin duda alguna, un alto costo político.”
En relación a esta mea culpa, nuestro comentario fue que el dirigente se había quedado corto, al no precisar las causas de esa falta de unidad, que habría que atribuírselas a las maniobras de su antecesor para agandallarse la candidatura presidencial panista, al costo que fuera.
Y es que, aunque para los incondicionales de Ricardo Anaya, su designación como candidato presidencial fue resultado de un proceso abierto, transparente y democrático, para propios y extraños de este partido, quedó muy claro que, desde que asumió la presidencia del blanquiazul, el de Querétaro, no dudó en utilizar el cargo y los recursos económicos y humanos del partido en favor de su proyecto político personal, dando lugar a una competencia en la que hubo de todo, menos equidad.
Anaya bloqueó y eliminó a quién pretendiera competirle la candidatura, y no con buenas maneras, como fue el caso de Margarita Zavala, a la que las encuestas ubicaban como la más competitiva y muy por encima de los demás posibles aspirantes panistas, a quien, prácticamente, obligó a renunciar a sus 30 años de militancia en el PAN. Y como se trataba de alcanzar su objetivo, a como diera lugar, no le preocuparon las críticas ni las fracturas internas que su actitud estaba provocando.
Todavía más. Buscó fuera de su partido el apoyo que no lograba sumar al interior del PAN, y sin el menor escrúpulo hizo a un lado principios e ideales de este partido para formar una alianza con una izquierda acomodaticia y oportunista, el PRD, que vio en esto una tabla de salvación para un Sol Azteca que se caía a pedazos. Al final, la coalición Por México al Frente fracasó, y el PAN perdió jerarquía, identidad y electores en una derrota histórica.
El grupo anayista no entiende que no entiende. Se niega a reconocer los errores cometidos, rechaza la autocrítica y prefiere buscar en otros lados las causas del desastre electoral. Como si nada hubiera ocurrido, sigue la misma ruta que recorrió el ex joven maravilla para controlar el partido y hacerse de la candidatura presidencial. Ahora se trata de no soltar las riendas del manejo de esta organización, con miras al futuro. Esta camarilla llegó para quedarse, o al menos, esa es su pretensión.
Escudado en los estatutos, que establecen que es facultad del presidente del partido el nombramiento de los coordinadores legislativos,
Damián Zepeda, operó, en lo oscurito, su auto designación como coordinador de la bancada de senadores del PAN en la próxima legislatura. Según las crónicas periodísticas, en la mañana del sábado de la semana pasada, Zepeda pidió licencia a su cargo como presidente del PAN, para luego acudir a registrarse como senador, ¡DESPUES! que su sustituto por prelación en la dirigencia panista, Marcelo Torres, lo designara como coordinador. Todo lo cual sucedió en unas cuantas horas.
Para justificar su nombramiento, Zepeda alega que su designación está basada en una consulta que hizo su ex secretario general en funciones de presidente, en donde resultó que era “de los que más afinidad tenía con la mayoría de los grupos parlamentarios.” Así son las reglas, sentenció. Llama la atención, sin embargo, la rapidez con que se llevó a cabo este nombramiento, en un fin de semana y con una consulta al vapor, si es que existió, lo que no habla muy bien del espíritu democrático y la transparencia requeridas para la recomposición del PAN y sí, en cambio, de una perversa estrategia para evitar alguna reacción en contra de este auto dedazo.
El paso siguiente de este grupo es conservar la dirigencia del partido, que, por el momento, ya la tienen, aunque sólo hasta el 21 de octubre de este año, cuando tendrá lugar la elección del nuevo presidente blanquiazul. Por lo visto, los anayistas no están dispuestos a compartir el poder y esa cerrazón solo agravará las cosas, de por sí complicadas para este partido, con presagio de fractura.
Ya brincaron 9 de los 13 gobernadores panistas para atajar la pretensión de este grupo de adueñarse del partido. Bajo la máxima de “nunca más nadie gana todo y los demás pierden todo”, los mandatarios de Aguascalientes, Baja California Sur, Durango, Nayarit, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, Tamaulipas y el electo de Yucatán, expresaron su intención de pelear por la presidencia del PAN con la postulación del senador Héctor Larios, para encabezar el Comité Ejecutivo Nacional y del ex gobernador Rafael Moreno Valle como su secretario general. Un buen trabuco con el que, quizás, logren frustrar los planes anayistas, para bien del futuro de este partido.