Por: Miguel Tirado Rasso
La semana pasada se anunció, con bombo y platillo, la compra, bueno, para ser más precisos, el acuerdo para adquirir la totalidad de las acciones de la refinería Deer Park, cuya propiedad comparte Pemex con la petrolera anglo-holandesa Shell Oil Company desde 1993, cuando el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, compró el 49.9 por ciento de las acciones de la refinería. La operación queda pendiente, únicamente, de la aprobación que tienen que dar las autoridades norteamericanas, que, a decir de la secretaria de Energía, Rocío Nahle, no le ve ningún problema, calculando que, para fin de año, la operación se concrete.
Si bien, se dice que las negociaciones se iniciaron desde el año pasado, la noticia se mantuvo como un gran secreto y no dejó de sorprender su anuncio por lo polémico que resulta, en estos tiempos, en que el mundo transita hacía la explotación de energías limpias, una inversión a contracorriente que incrementa la utilización de combustibles fósiles.
Deer Park tiene una planta de 1500 trabajadores sobre una extensión de 9.3 kilómetros cuadrados. Por su volumen de procesado, está entre las 25 refinerías más grandes de los EUA, con 340 mil barriles de crudo por día. Esto le permite una producción diaria de 110 mil barriles de gasolina, 90 mil de diésel y 25 mil de turbosina. Misma capacidad que la que se pretende para la refinería de Dos Bocas. Su utilización, en los últimos años, anda sobre el 80 por ciento.
En esta planta se procesa crudo pesado (Maya) de Pemex y crudo amargo de Sudamérica, África, EUA y otros países y México importa más de la mitad del petróleo procesado. En su origen, la asociación Pemex-Shell se conformó para aumentar la capacidad de procesar crudo pesado de Pemex. Con la operación anunciada, se fortalece ese propósito lo que permitirá, según anunció el jefe del Ejecutivo, que para 2023 nuestro país sea autosuficiente en la producción de combustibles, en particular de gasolina, cuando estén funcionando las seis refinerías, actualmente en proceso de modernización, y, Dos Bocas, entre en operación.
El precio acordado para esta operación es de 596 millones de dólares a lo que habría que agregar una deuda de 980 millones de dólares, que asume el comprador. Aún con esto, se ve como un buen negocio, en particular si se comparan los números con el costo de Dos Bocas que se construye en Tabasco y cuyo cálculo, todavía no definitivo, supera los 10 mil millones de dólares. 13 veces más, y aún sin saber para cuándo quedará terminada. A partir de esto surge una pregunta elemental ¿No habría sido más barato y efectivo, para el propósito de aumentar la capacidad de refinamiento, haber comprado una refinería en operación, en lugar de construir Dos Bocas? En fin.
Pero el tema de fondo al cuestionamiento de esta operación, son los tiempos y el sentido hacia donde camina nuestro país, cuando casi en todo el planeta existe ya conciencia sobre los problemas ambientales, el cambio climático y la contaminación atmosférica, y la necesidad de adoptar medidas para prevenir su agravamiento provocado por la quema de combustibles. De ahí, los compromisos asumidos por la comunidad de naciones para migrar hacia la utilización de energías limpias y renovables en sustitución de combustibles fósiles.
Nuestro país fue suscriptor, junto con 195 países, del Acuerdo de Paris sobre Cambio Climático, en el que asumió compromisos concretos para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, justo lo contrario a la política de incrementar la capacidad de refinación y, consecuentemente, el consumo de combustibles fósiles.
Justo en la semana en que se llegó al acuerdo para la compra de la refinería, un tribunal de Holanda ordenó a la empresa Shell reducir la emisión de sus gases de invernadero en un 45 por ciento para 2030, como consecuencia de una demanda de grupos ambientalistas. Esto, entre otros incidentes relacionados con afectaciones al medio ambiente, han llevando a la petrolera a buscar su transformación para convertirse en proveedora de energías limpias, por lo que la venta de Deer Park les resultó muy oportuna. Ya a finales del año pasado Shell había cerrado una refinería en Luisiana.
La presión mundial para transitar hacia un cambio energético es cada vez mayor ante las evidencias de los daños mortales causados por el calentamiento global. En un estudio publicado en la revista Nature Climate Change se indica que un 37 por ciento de las muertes relacionadas con las altas temperaturas son atribuibles al cambio climático. Además, los compromisos asumidos por gobiernos como el del presidente Joe Biden para cumplir con los objetivos del Acuerdo de Paris en la reducción de emisiones, los llevarán a imponer medidas cada vez más severas, nuevos impuestos, quizás, para desestimular el consumo de energías fósiles. Algo que nos afectará inevitablemente, al menos en lo que toca a la refinería que ahora se adquiere, pues, por su ubicación, queda sometida a las políticas ambientalistas y regulaciones de los EUA.
Un dato más para tomar en cuenta es la reducción en la demanda mundial de combustibles que se calcula en un 20 por ciento para 2035 (Moody’s). La Agencia Internacional de Energía (AIE), a la cual pertenece nuestro país, señala, en un informe (Petróleo 2021, Análisis y Pronóstico 2026), que, para 2026, habrá 60 millones de autos eléctricos en el mundo; que varias ciudades (Estocolmo, Paris, Amsterdam, Oslo) han anunciado una eliminación gradual de todos los automóviles con motores de combustión interna a partir de 2030, y que, en ese año, 60 por ciento de todas las ventas de vehículos deberá ser de autos eléctricos, frente al 5 por ciento actual. La agencia va lejos y propone prohibir la venta de vehículos de combustión, a partir de 2035.
Total, que las perspectivas no son muy alentadoras en el campo de la refinación. Llegamos tarde, por que los tiempos actuales llaman a la transición energética y esto es irreversible.