Por Miguel Tirado Rasso
Pues resulta que la etapa del proceso electoral que vivimos ahora, a la que la autoridad denominó como intercampaña y que concibió como un período de abstención de actividades proselitistas de los candidatos, un tiempo para la reflexión, para la meditación, casi una cuaresma, por la coincidencia en fechas, en la que los contendientes, me refiero a los aspirantes a la presidencia de la República, estarían comprometidos a una especie de voto del silencio, se convirtió en un período de estridencia inimaginable.
Tiempo de batalla, casi campal, en la que los candidatos han tenido la mayor exposición en medios, para bien y para mal, un día sí y otro también, de ataques y contraataques entre aspirantes presidenciales, en una lucha que expone conductas y actitudes sospechosas de ilícitos, fáciles de denunciar pero no tan sencillas de acreditar.
Y porque lo que está en juego es, nada más ni nada menos, la presidencia del país, acusaciones y defensa deben fundamentarse con seriedad, y no caer en la frivolidad de calificar toda denuncia bajo la cómoda fachada de la teoría del complot.
El candidato de la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya, se encuentra en una situación comprometida que no ha podido superar, a pesar de llevar ya tres semanas con el tema. Y es que, frente a los cuestionamientos sobre un patrimonio acumulado, que no corresponde a sus ingresos como servidor público y la realización de laberínticas operaciones financieras y mercantiles de difícil explicación, no ha tenido respuestas contundentes, por lo que las dudas sobre su honorabilidad subsisten.
A estas alturas, el ciudadano de a pié no está ya dispuesto a aceptar la simple negativa de hechos imputados, el contraataque y la teoría del complot, como estrategia de defensa. Alegar, como lo hace el candidato frentista, y su equipo de campaña, que se trata de una cortina de humo para ocultar los malos manejos de funcionarios priistas o que se busca descarrilarlo de la carrera presidencial por el temor a que, si llega a ganar, los meta a la cárcel, resulta cómodo y quizás hasta tenga algo de razón. Pero eso no lo libera de la obligación de despejar toda duda sobre su persona en torno a las denuncias que se le han hecho sobre manejos de dinero. Quien ha enarbolado la bandera de la lucha contra la corrupción y ha fijado como objetivo acabar con el PRI corrupto, como afirma en sus discursos de campaña, debe mostrar congruencia entre lo que pregona y como se conduce y actúa.
Tanto tiempo para aclarar algo, que el ex joven maravilla califica como una simple operación mercantil, ya da que pensar. Y cuando se describe la larga y enmarañada ruta del dinero, a través de varios paraísos fiscales, con el que se le pagó la venta de la famosa bodega, no queda más que caer en una teoría sospechosista de lavado de dinero. Ahí siguen pendientes, todavía, aclaraciones sobre los moches de los diputados panistas cuando, el ahora candidato, fue coordinador de su bancada en San Lázaro y, también, cuando presidió interinamente al PAN.
Este duelo de ataques y recriminaciones ha mantenido la atención de la opinión pública sobre los candidatos presidenciales y no precisamente, por buenas razones, pues los escándalos están mostrando lo malo y no lo positivo de estos personajes. El lodazal alcanza a todos, aunque a unos más que a otros.
En esto el candidato decano, ya sabes quién, es el mejor librado, pues a pesar de la evidencia en la opacidad de sus ingresos para subsistir casi doce años sin una actividad remunerada, al tabasqueño nada le aflige. Durante todo este tiempo, de cualquier crítica y cuestionamiento que lo incomode, responsabiliza a la “mafia del poder” con tanto énfasis e insistencia, que ya muchos se lo creen, pero de explicaciones, nada.
Esperamos con ansia la terminación de esta etapa de intercampaña y el inicio de la campaña formal para conocer las propuestas, los programas y los planes que ofrecen los candidatos para solucionar los muchos problemas que aquejan al país y, sobre todo, para saber qué hay de bueno en los aspirantes a la silla del águila, porque hasta ahora la disyuntiva parece ser una decisión entre el menos malo y, eso, es grave y muy lamentable.