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No es lo mismo tiranía que dictadura

Ernesto Zedillo Ponce de Leon | Social Media
Tiempo de lectura: 3 minutos

En las últimas semanas se han “endurecido” las posiciones del régimen actual en contra de todos aquellos que opinan diferente con relación a las “cosas públicas” en el país y a las decisiones tomadas desde hace 7 años por el gobierno de la llamada “cuarta trasformación”, que no ha sido otra cosa que la destrucción de lo ya existente y la falta de un modelo alternativo que demuestre que efectivamente lo anterior estaba equivocado y que lo de hoy es correcto, eficiente y exitoso.

Los resultados de aquello han sido devastador para el país y la sociedad cada vez más pauperizada y sujeta a apoyos gubernamentales cuyo presupuesto – por lógica – un día se va a acabar.

Muchos analistas han hablado de una tiranía, lo que significaría la gobernanza a través de una sola persona que abusa e impone en grado extraordinario de su poder, fuerza y que denota un alto grado de superioridad por encima de las mayorías, a las que por cierto, tanto alude.

Sin embargo, esto más bien se encamina a una dictadura, lo que implica que todo un sistema y una estructura de gobierno están encaminadas a imponer un mandato autocrático que se concentra en manos de un líder o grupo reducido, con poca o nula limitación. Y peor aún, se caracteriza por la falta de control democrático y la escasa tolerancia al pluralismo político y la libertad de prensa.

Dos hechos recientes son ejemplo de lo anterior. Primero, el envío al Congreso dominado por los autócratas de una iniciativa para aprobar una nueva Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión que concentra todo el poder en una llamada Agencia Digital de Innovación Pública, que será la que “decida” quien sí puede transmitir qué contenidos y “bajar del espectro” a todo aquel que a consideración del régimen no favorece a los propósitos de la 4T, lo que elimina la pluralidad de los contenidos en redes sociales y medios de comunicación tradicionales.

Y en segundo lugar, ejemplo del camino al que ha entrado nuestro país, las críticas a un expresidente por atreverse a cuestionar el comportamiento del régimen actual y argumentar que la democracia en México “ha muerto”. Lo que más le ha dolido a quienes defienden el totalitarismo actual es que los argumentos de Ernesto Zedillo ponen en riesgo la viabilidad del proyecto dictatorial que se pretende implementar en México, como ha sucedido ya en varias regiones del continente con los resultados ya vistos. Pero, como dice la sabiduría popular: “nadie escarmienta en cabeza ajena”.

El proponer una iniciativa para someter a una auditoria internacional e independiente las obras “emblemáticas” del lopezobradorismo es “pegar” directo en su “línea de flotación” la forma populista del nuevo régimen. De ahí las declaraciones del ex presidente en el sentido de que “la misión de un mandatario no es ser popular, sino servir a la nación”. Y dichas obras, a las que se ha querido “vender” como salvadoras de la patria solo han provocado devastación ecológica y un daño irreparable a las finanzas públicas de un país que se queda sin recursos a pasos agigantados. Sólo hay que mirar la excesiva deuda pública que ya supera los 15.5 billones de pesos, lo que representa más de la mitad del PIB mexicano.

En la actualidad, cada mexicano debe ya – por deudas de su gobierno – 126 mil 818 pesos. Así, no hay economía que resista un entorno de incertidumbre como el que hoy se vive en el mundo. Necesariamente las consecuencias están a la vista. Y todavía hay quien cierra los ojos ante la devastadora realidad.

Propaganda “negra”, funciona… Un ejemplo de la degradación en la forma de hacer política entre los “grupos de interés” de la CDMX lo acabamos de ver en la renuncia del director general del Sistema de Transporte Colectivo, el Metro de la capital del país, Guillermo Calderón, tras una intensa “campaña negra” por los “pinchazos” que han sufrido pasajeros que se transportan en varias líneas de ese transporte y que están a merced de la delincuencia que azota a la Ciudad de México. Fue muy “sospechosa” la forma en que ocurrieron dichos incidentes, sobre todo porque hasta la fecha no ha sido posible configurar con exactitud la motivación de quienes cometen esa conducta contra los usuarios así como la toxicidad de las sustancias inyectadas. Lo curioso del caso es que en el lugar de Calderón Aguilera fuera nombrado Adrián Rubalcaba, un político que se ha caracterizado por recurrir a las peores prácticas con el fin de conseguir un “hueso” en el gobierno. Bateado primero por la titular del gobierno federal, el cuajimalpense se “refugia” ahora en la administración capitalina de Clara Brugada, con el fin de seguir medrando del presupuesto público. No dude usted que el fenómeno de los “pinchazos” en el Metro desaparecerán pronto.

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