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Futurismo madrugador, y le toman la palabra

Tiempo de lectura: 4 minutos

Por: Miguel Tirado Rasso

Algunos dicen que la sucesión presidencial en nuestro país inicia al día siguiente de las elecciones intermedias del sexenio. Otros, más atrevidos, señalan que el cosquilleo futurista arranca al momento en que el presidente de la República rinde protesta del cargo. El tema resulta siempre del mayor interés y mejor distractor, lo primero, para la clase política, principalmente, para todos los demás, lo segundo. Independientemente de toda especulación, la realidad es que, en nuestra cultura política, es el jefe del Ejecutivo el que decide el momento para hablar del tema.

Por alguna razón misteriosa, el presidente Andrés López Obrador, decidió dar el banderazo para el arranque oficial de la carrera presidencial, máximo evento político especulativo de la democracia a la mexicana. Y es que, cuando aún faltan algunos meses para la mitad del período sexenal, el promotor de la 4T sacudió a la opinión pública dando paso a un futurismo inesperado, anticipado y riesgoso para la eficacia, estabilidad y desarrollo de su gobernanza.

Porque la inquietud, ambición y aceleramiento de quiénes se sienten con posibilidades de convertirse en candidatos sucesores, ya no digamos los que el destapador mencionó como posibles, no volverán a ser los mismos de antes ni actuarán igual, como si nada hubiera sucedido. Ahora se sentirán comprometidos con un futuro promisorio por lo que, lejos de cumplir con el compromiso asumido para el desempeño de sus funciones, buscarán la complacencia del gran elector, aunque esto suponga distracción y relajamiento en el ejercicio de su encargo.

En los tiempos del partido casi único, el tapadismo fue la fórmula utilizada para maniobrar el proceso de elección de su candidato presidencial, cuyo triunfo electoral se daba por descontado. La hegemonía del partido en el gobierno no daba oportunidad a que otras fuerzas políticas crecieran y el juego político de la sucesión era exclusivo de la familia priista. Eso sí, y aunque durante mucho tiempo los hombres del partido lo negaran atribuyéndole a las fuerzas populares de su organización política la selección del candidato, era el Ejecutivo en turno el gran elector, como un derecho indisputado adquirido con el cargo. Fue el presidente José López Portillo quien reconoció personificar al “fiel de la balanza”.

Pero con todo y el enorme poder político del titular del Ejecutivo y contra lo que pudiera pensarse, esa facultad extra legal, la de elegir a su sucesor, cuando no había competencia que pusiera en riesgo su triunfo, no era del todo arbitraria. Es de suponer que factores diversos precedían una deliberación que tomaba en cuenta las circunstancias del país, las características de los presuntos, consultas y opiniones de distintos sectores y, quizás, hasta el contexto internacional, entre otros.

Cómo explicar, si no, aquellos casos que parecían seguros, por favoritos o más cercanos, pero que nunca llegaron. (Lázaro Cárdenas no apoyó al Gral. Francisco J. Múgica; Miguel Alemán no se decidió por Fernando Casas Alemán; Adolfo Ruiz Cortines le jugó cubano a Gilberto Flores Muñoz; Luis Echeverría dejó que Mario Moya Palencia se ilusionara; Miguel de la Madrid no nombró a Alfredo del Mazo, “el hermano que no tuvo”; Carlos Salinas de Gortari no le cumplió a Manuel Camacho).

El secreto, sin embargo, de las razones para la gran decisión, se lo llevó a la tumba, junto con su descalabro fatal, el partidazo, porque a partir de que el PRI perdió la elección presidencial en 2000, ningún otro presidente ha tenido éxito en la designación de su sucesor.

Ya en el proceso electoral anterior al que culminó con la alternancia democrática en la sucesión presidencial, el método del tapado se vio alterado por el asesinato del candidato del PRI, cuya sustitución improvisada, no había un plan “B”, salió avante, siendo la última designación presidencial del sucesor con final feliz, para el tricolor. A partir de entonces, la escuela priista del dedazo dejó de ser funcional y efectiva. Ninguno de los últimos cuatro presidentes, lograron el triunfo de sus candidatos. Vaya, en el caso de los mandatarios panistas, Vicente Fox y Felipe Calderón, ni siquiera lograron colocar a sus gallos como candidatos presidenciales de su partido. Terrible derrota para su ego presidencial.

En la Cuarta Transformación no parecen interesados en incluir un nuevo método para el proceso extra legal de selección del candidato presidencial oficial. Esto es, el del gobierno en turno, aunque ahora en lugar de tapados hablemos de corcholatas. El gran elector y director de escena, sigue siendo el titular del Ejecutivo, quién decidió adelantar tiempos, sin razón aparente, lo que no deja de inquietar, por el misterio que encierra.

Sus antecesores dejaban el juego de la sucesión hasta pasado el segundo semestre del quinto año de gobierno. Ahora las circunstancias son distintas, ante la existencia de una auténtica competencia electoral que no permite adelantar resultados. Quizás una de las razones para retrasar los tiempos de la sucesión al máximo posible, en el pasado, era por las disputas internas, los golpes bajo la mesa, entre candidatos y candidatos aspirantes a ser tomados en cuenta. Y es que, esa lucha fratricida que, inevitablemente genera fracturas y afecta los programas de gobierno y sus resultados, a tan temprana hora del sexenio, puede ser muy perjudicial para el país.